Demasiado calor, bebiendo algo fresco estaban las amigas en
la terraza de Julia. Afuera, la noche era apacible; no obstante, a la hora de
la cena se vio perturbada por un extraño ruido metálico proveniente desde la
calle. Los perros vecinos de inmediato comenzaron a ladrar, y el Gordo Ahumada
se apresuró a levantarse del sillón para echar un vistazo a través de la
ventana.
-¿Y eso?- preguntó, escudriñando con insistencia la
oscuridad del exterior.
Julia hizo un vago gesto de fastidio.
-Es una loca. Todos los días, a esta hora, pasa por aquí.
-La loca anda en una silla de ruedas, porque es muy gorda y
apenas puede moverse- explicó -. Explico Julia. Alguien, o quizás ella misma,
ató unas latas a la silla, y las arrastra por toda la calle, produciendo ese
ruido infernal. Nosotros ya estamos acostumbrados a ese ruido, de hecho a veces
ni lo escuchamos, pero es evidente que los perros no piensan de la misma
manera. Y en cuanto a verla…no se los aconsejo. Es un espectáculo muy
desagradable de ver. De verdad.
¡Yo quiero verla!- porfió Alicia, haciéndose pantalla con
ambas manos para que el reflejo de las luces de la calle no le molestaran
-Te advierto…- insistió Julia, algo intranquila.
Pero ya era tarde, porque en ese momento, bajo la luz de la
farola de la esquina, lograron verla por primera vez. Atravesaba la calle muy
lentamente, montada en una silla de ruedas de aspecto maltrecho. Las latas,
atadas a la silla con cordeles de nylon, la seguían como una estela y
entrechocaban entre sí y tintineaban. Sin embargo, esta imagen, que ya de por
sí era patética y representaba gran parte de la desgracia humana, distaba mucho
de ser lo peor. Lo peor era la mujer misma. Además de tener un aspecto
totalmente desaseado, como si no se hubiese bañado ni cambiado la ropa en años,
su cuerpo era deforme. No gordo, sino deforme. Su estómago, que parecía una
bolsa de arpillera colmada de cosas inimaginables, se extendía por delante de
la mujer y terminaba descansando sobre sus mismas rodillas, casi como un
repugnante perrito faldero. Los brazos, rollizos pero al mismo tiempo de
aspecto fuertes debido al constante ejercicio, estaban surcados por venas
azuladas y negruzcas, al igual que su cuello y gran parte de su rostro. Y
además, la mujer hablaba. Hablaba en forma constante, en un murmullo
ininteligible, como si en realidad estuviese cantando en voz baja.
-Está cantando, sí. Es una canción de cuna- abrió otra
cerveza, había traído dos para la odisea ¿graciosa? Se la tomó de un largo y espasmódico trago-.
Quienes conocen su historia, dicen que quedó así desde la muerte de su bebé. El
chico nació con problemas cardíacos, y murió a las pocas horas. La mujer no
pudo soportar el dolor, y enloqueció. Su marido la internó en una clínica de
locos, pero es obvio que, o bien la mujer escapó, o algún médico insensible le
dio el alta y la dejó ir. Así que ahora la tenemos ahí afuera. Pasando por aquí
todos los días, quién sabe hacia qué destino. Y volviendo rabiosos, de paso, a
todos los perros del vecindario.
-Pobre mujer, me da lástima- dijo Alicia sacudiendo la
cabeza…
-No lo creo- dijo Julia, con la mirada vidriosa-. ¿Por qué?
¿Pensáis ayudarla?
-Sólo preguntaba- dijo Alicia, a la defensiva.
-Mejor sigamos bebiendo y riendo de tonterías; dijo Julia ya
de malhumor.
Pasaron varios años. Julia se había divorciado de su segundo
marido, invito a Alicia a beber en su terraza como siempre.
Cuando Alicia llego a casa de Julia, entusiasmada y
dispuesta a pasar una linda velada con su amiga la noto con una expresión de
desdicha. Pero la historia que tenía para contarle era totalmente inesperada:
-¿te acordas de aquella loca en silla de ruedas?- comenzó,
trastabillando con sus palabras. No espero a que Alicia le responda-. Claro que
te acordas, ¿verdad? Es difícil olvidarla, una vez que se la mira por primera
vez. Son esas personas que uno desearía no conocer jamás. Sé que está mal
decirlo, pero es así. La locura… la locura es la peor aberración que conoce el
ser humano. Hay algo que es aterrador, y al mismo tiempo repulsivamente
fascinante, en la locura. Y yo, cada día de mi vida, la veía pasar por mi
ventana, arrastrando aquellas malditas latas…
-¿Qué pasó Julia?-
Julia tomo un sorbo de su copa (en ese entonces había
cambiado la cerveza por el whisky, evolución que se debía, sin dudas, a su
próspera y pujante situación económica) y luego lanzó algo parecido a una risa
de hiena, que heló la sangre a Alicia
-¿Qué pasó? Pues que murió. Eso pasó. Un coche la atropelló,
a menos de dos cuadras de mi casa. Y yo… yo que nunca me meto en lo que no me
importa… esa vez quise ser solidaria. Quise hacer algo que está fuera de mi
forma de ser. Y fue el peor error de mi vida…
-¿Por qué? ¿Acaso el espectáculo era muy cruento? ¿O sufrió
mucho?
Julia negó con la cabeza, sin dejar de exhibir una curiosa y
ladeada sonrisa de amargura.
-Cuando llegué ya estaba muerta. Eran las dos de la tarde,
quizás dos y media, y a esa hora no pasaba un alma por la calle. El conductor
que la atropelló salió huyendo del lugar; yo apenas pude ver un coche de color
rojo doblando por la siguiente esquina. Juan de la Cruz, un viejo vecino,
estaba al lado mío, y creo que fue una suerte que estuviera ahí, porque de lo
contrario… bien, creo que hubiese dudado hasta de mi cordura- Julia se pasó una
mano por los ojos humedecidos y luego siguió el relato, mirando hacia un lugar
indefinido de su jardín-. La mujer, por el impacto, había sido despedida de la
silla. Creo que era una silla adaptada, porque nadie de su corpulencia hubiese
podido entrar en una silla de ruedas común y corriente. Su cuerpo había quedado
en posición fetal, y la cabeza… bueno, la cabeza se había estrellado contra el
cordón de la vereda. Su cráneo se había abierto como una nuez…
¡Mierda! exclamo Alicia dejando su copa a un lado.
-Eso no fue lo peor. Es decir, he visto cosas feas, y
también tuve la desgracia de presenciar muchos accidentes. Pero esa mujer… Con
el viejo Juan nos acercamos y le controlamos el pulso, pero era evidente que
estaba muerta. El viejo sacó un celular de su bata (desde que se jubiló en una
empresa automotriz, el viejo anda siempre en una bata azul) y llamó a la ambulancia,
mientras yo, sin poder hacer otra cosa, me dedicaba a examinar a la mujer
muerta. Sus ojos estaban llenos de tierra, y de alguna manera se veían muy
tristes. ¡Cuánto sufrimiento, cuánta locura había ahí! Me retiré unos pasos,
tal vez superada por la situación, y creo que ahí fue que comencé a darme
cuenta. El viejo Juan terminó de hablar por teléfono y se acercó. Nos miramos…
¿Alguna vez sintieron una conexión psíquica con alguien? ¿Una especie de
electricidad, una sintonía en común que hace que las palabras sobren? Bien,
porque eso fue lo que en ese jodido instante sentí con el viejo. Había algo en
esa mujer que estaba mal. Terriblemente mal. La suya no era una gordura común y
corriente, sino algo que en cierta forma, Dios bendito, me hacía acordar otra
cosa… Y entonces fue que la mujer se movió. Estaba muerta, tanto el viejo como
yo sabíamos que estaba muerta, pero de todas maneras se movió.
Julia se levantó con su copa de whisky y empezó a caminar
por la terraza… nerviosa. Alicia la miró de reojo y levantó una ceja.
-La mujer muerta se movió… mejor dicho, su estómago se
movió.
-Oh, no- dijo Alicia. No sabía si
quería seguir escuchando el relato. No era una historia propicia para contarla
en una despreocupada reunión de amigas. Pero Julia había comenzado a hablar, y era
imposible pararla.
-Yo había quedado petrificada, pero el viejo Juan tuvo un
atisbo de reacción. Se arrodilló frente a la mujer y le habló. Creo que aún
quería convencerse de que seguía viva… porque esa era la explicación más
racional de todas. Pero no, bastaba echar un vistazo al cráneo de la mujer, con
el cerebro derramándose sobre la alcantarilla como cera derretida, para darse
cuenta de que no era así. Y entonces el estómago de la mujer se movió otra vez.
Y el viejo Juan, poniéndose pálido de golpe, se incorporó y se dio vuelta hacia
Julia. “Creo que esta mujer está embarazada”, dijo, poniendo en palabras lo que
hasta ese momento no queríamos expresar. “Estás loco”, dijo Julia, a pesar de
que había llegado a la misma conclusión. “Esta mujer tiene sesenta años, Juan,
es imposible que…” Pero no pude seguir hablando, porque fue entonces que
ocurrió. El estómago de la mujer se movió una vez más… y la piel del estómago
se rasgó. La sangre de inmediato oscureció su vestido amarillento. Y algo, un
bulto… comenzó a moverse debajo de la tela. Juro que fue así. Se movía trazando
círculos, y cuando el Viejo se acercó y retiró el vestido, vimos una mano
asomándose por la barriga abierta de la mujer. Eso fue suficiente para ambos.
Sin decir una palabra más, nos alejamos del lugar. Yo me encerré en mi casa y
hasta creo que trabé las puertas y todo. Pero aun así, cuando minutos después
la ambulancia llegó, no pude evitar mirar por la ventana. Para ese entonces
había algunos curiosos en el lugar, aunque no se atrevían a acercarse
demasiado, porque el espectáculo era demasiado turbador. Vi que los enfermeros
bajaban de la ambulancia con una camilla, y uno de ellos se arrodillaba frente
a la mujer. Y fue ahí que lanzaron exclamaciones de asombro. El médico que los
acompañaba abrió el vientre de la mujer allí mismo, quizás pensando que
salvarían a la criatura… y entonces lo sacaron.
-¿Al bebé? ¿De verdad una mujer tan vieja estaba embarazada?
-Estaba embarazada, sí, pero no era un bebé. Era un hombre
adulto. Con vellos en el pubis y todo. Creo que murió allí mismo, retorciéndose
sobre el asfalto, bajo la mirada horrorizada de los transeúntes y de los
médicos- tomó lo que quedaba de su copa miró a Alicia… ahí estaba perpleja,
porque volvió a señalar hacia la ventana como si aquel monstruoso hombre-bebé
aún siguiera tendido sobre la calle-. ¿Acaso no lo entienden? La mujer, luego
de perder su primer bebé, volvió a embarazarse. Y decidió no despegarse de él
nunca más. En todos los sentidos posibles. No volvería a perder otro bebé
mientras ella estuviera viva. Lo llevaría en su vientre y lo protegería… el
tiempo que fuera necesario- suspiró y
agregó, con voz mucho más serena:- Creo que, por primera vez en mi vida, me
alegré de no tener hijos. Y nunca los tendré. Las mujeres se ponen
incomprensibles y locas cuando hay un crío de por medio. Este que les conté, es
el mejor ejemplo de todos. Claro que hay otros…
-Bueno, es una historia… un tanto rara- dijo Alicia al cabo
de un momento, cortando un silencio de muerte-. Es decir, eso del bebé-hombre…
me llama la atención que no haya salido en ningún periódico.
-Es lo que vi. No pido que me creas. Sólo te conté lo que
vi. Vocifero Julia
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