La muerte no duele
Ni apena al ausente
Lagrimas saladas caen
Sobre el ataúd del ya no ser
Iluso es creer
Que somos imprescindibles
Cuando la angustia del doliente
Se va después de dos cafés
Hermosa verdad comprender
Que todos terminamos en polvo
Como siniestro es asimilar
Que el alma queda vagando
En lo terrenal
Alma blanca, pura y volátil;
¡Quien me otorgaría el poder
Para esnifar aquellas vagabundas
Que tanto ame!
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