El hombre de la esquina lloraba siempre que recordaba su
muerte. Hablaba de ella como si se tratara de un difunto cercano, alguien a
quien añoraba y al que le ofrecía siempre el último brindis del año. Todos nos
acostumbramos a sus lágrimas de duelo cuando utilizaba esos instantes de
prórroga para calumniar al vivo que había sido. Y tanto se lloró en vida que se
fue muerto de la risa al otro mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario