Cuando la falta de aire no atenuaba aun abriendo todas las
ventanas, Celina solía salir a caminar.
Cuando el paso lento le aburría, trotaba, era normal que su
fatiga llegara a los pocos metros.
Solo seis calles la separaban de su morada, a paso lento le
gustaba observar el rostro de la gente, sin más, y si en algún momento volvía a
encontrar alguna de esos rostros, se sonreía, lo tomaba como algo divino, todo
para ella eran señales.
Cuando sobrevivió a aquel absurdo accidente, cuando vio a su
madre valiente, cogiendo fuerzas de donde nadie encuentra ni agua, al saber el
diagnostico mortal de la enfermedad de su pequeña.
Breve, intensa a su modo había sido su vida hasta el
momento, hubiese deseado besar a un hombre, nadar, caminar descalza… tener el
cabello largo y colorado, como de niña.
Ferviente cristiana, se volvió atea, inicio rituales de curación,
se aferró a todos los hierros incandescentes que le devolvieran su sanidad, no
resulto, mas su alma virgen noble y doblegada por una enfermedad empecinada en llevársela
seguía pura. Una mañana de febrero, ella no despertó, no había signos de dolor
en su cara, les aseguro que ese día Dios, los ángeles o quien sea que este mas allá,
estuvo de buenas….
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