Viernes de un frio agosto, crece una duda en mi corazón. Yo nunca fui muy religiosa, y tal vez nunca lo sea. Poco a poco veo pasar los días, y las guerras, veo el hambre con que vive la mitad del mundo, veo como… como cerdos hambrientos de la inmundicia; van hacia el dinero y mientras más ricos son más ricos quieren ser .En tanto en otra parte del mundo miles de niños mueren. Mueren del flagelo más espeluznante que existe en ese mundo. El hambre cruel martirio para el que lo padece, un insignificante sollozo para el que mira de lejos. Que ni siquiera se digna a hacer algo por aliviar su pena y su hambre. Y poder aliviar su propia alma.

Cierro los ojos y pienso cosas que pueden pasar, y no hablo de cosas triviales o imaginarias, hablo de cosas posibles, lo malo es saber que todo lo que imagino no va suceder nunca.

Ante lo dicho, no estoy diciendo que me sucedan cosas impensables, sino que si quiero que algo suceda no debo pensar en ello, triste.

Soy de aquellas que se alimentan del pensamiento, de los sueños, que cuando cierra los ojos disfruta como si realmente viviera en un sueño.

Mi problema es la realidad que me es tan extraña, y esta impotencia de no saber qué hacer ante el sufrimiento foráneo y lejano.

Y otra vez amanece. Esta vez pido café con leche, mitad y mitad. Y una medialuna. Y dibujo media sonrisa. Y separo los días pares y los impares. Las horas y los minutos. Los días y la noche. Como sea, siempre la mitad de una vida.

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