Son las veinte horas, un minuto y veinte segundos. Son sus
dedos acariciando la pulsera del reloj que le regaló en su primer aniversario.
Son los sueños que se desvanecieron en los ángulos perennes
que formaron sus manecillas de metal. Son los recuerdos heridos por los
fragmentos de cristal de su esfera, rota en el impacto.
Son los recuerdos heridos por los fragmentos de cristal de
su esfera, rota en el impacto. Son todos los latidos silenciados en esa hora
maldita en que sus engranajes dejaron de girar.
Son las lágrimas de
dolor por una promesa grabada en el acero de su reverso, que ya nunca será
cumplida.
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