Demasiado tarde para motivar mi cuerpo a algo más que una
ducha y acostarme… era un día de esos para olvidar…Pero… ¿Quién eres?, le
pregunté.
-Soy tú, me contestó.
-No puedes ser yo, eso es del todo imposible. Yo estoy aquí
de pie, observándote.
-Estás delante de un espejo, me contestó ella, mostrando
cada vez mayor seguridad en sí misma.
-Eso es imposible. Te he tocado, eres distinta a mí, no te
pareces en nada. ¡No eres mi reflejo! Además, nada se interpone entre nosotros.
-No soy tu reflejo, ya te he dicho que soy tú. Y sí, si hay
algo que se interpone entre nosotros, algo que hace que ninguna de las dos
seamos felices. Tú y yo, o mejor dicho yo y yo, jamás nos encontraremos bien
conmigo misma de la forma en la cual ahora vivimos.
-No entiendo nada, contesté mientras le seguía observando, y
me iba poniendo cada vez más nerviosa. Ella sin embargo parecía que a medida
que avanzaba la conversación se encontraba más relajada, y sin dejar de mirarme
a los ojos, donde veía mi convexa figura reflejada, alzó con un movimiento
quejoso uno de sus brazos, dejando su garra peluda apoyada en mi corazón.
-Como ya te he dicho, hasta que no me veas bella no serás
feliz, no lo seremos ninguna de las dos. Tienes que verme, que verte al fin y
al cabo, bella, pura, luminosa, salvaje. Tienes que acercarte a mí, a ti en
definitiva. Es difícil explicarme ya que juego en tu terreno. Al tener que
comunicarme mediante este infame lenguaje estructurado y conceptual estás
haciéndome, haciéndote, caer de nuevo en la inmensa red de la gran mentira.
-Pero, ¿Quién eres?, ¿Qué quieres de mí?, ¿Qué buscas con
este encuentro?
-Esto no es ningún encuentro ya que hemos estado toda la
vida juntas, contestó con su desgarrada y áspera voz. Tan solo estamos ahora
comunicándonos, cosa que hasta este momento casi ningún ser humano ha hecho.
Estoy intentando avisarte de que tenemos que cambiar las cosas, que así no nos
va bien.
-¿Pero el qué no va bien?, le repliqué sin entender
absolutamente de qué me estaba hablando.
Esto provocó que sus grandes ojos cambiaran de color.
Pequeños capilares rojos fueron uniéndose a sus pupilas, que poco a poco
bañaron de sangre toda la cavidad ocular. Sin dejar de mirarme, su cuerpo
creció hasta hacerse más del doble que yo y con sus ahora enormes garras me
agarró de la cintura, elevándome y volteándome, mientras que de su boca salían
de forma incesante baba muy viscosa y alaridos ensordecedores:
-Maldita necia, maldita estúpida, te maldigo a ti y contigo
a todos los que como tú forman la gran Razón Universal. ¡Mírame, de verdad,
mírate! ¿En serio crees que eres feliz, de verdad crees que puedes seguir
viviendo de esta manera? ¿Crees que puedes seguir negándome, negándote, dándome
y dándote la espalda, sabiendo como sabes que existo? ¿Hasta cuándo van a
aguantar los barrotes que me has impuesto? ¿No ves que un solo suspiro mío hace
que te estremezcas?
-Pero quién eres, quién eres, quién eres, no sé qué hago
aquí ni quién eres, gritaba mientras un ataque de ansiedad invadía todo mi ser,
acrecentado por la presión de su enorme mano en mi cintura.
-¡Soy tú, maldita ermitaña! ¡Soy tú, ya te lo he dicho,
infame moralista, moradora de las alcantarillas! Su tamaño se hacía cada vez
más grande mientras de sus ojos comenzaron a emanar un gran torrente de sangre.
Te digo ahora, y te lo repetiré mil veces mil si es necesario que somos una,
que no hay aquí tú y yo, yo y tú, sino que somos un único ser. El problema es
que te dedicas a darme de lado, a no intentar entenderme, a no tener agallas de
bailar conmigo. Sí, estúpida autómata, nos iría mejor si bailáramos, si
marcando tú el paso, yo te marcara el ritmo, si guiándome tú en la sala yo te
hiciera girar y saltar hacia el lugar que me marques. Un gran salón sería el
mundo, en el que nos moveríamos con pies alados y espíritu de fuego, al son de
música arrítmica, al son de música antes no tocada. Soy tú, eres yo…..soy tu
instinto.
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