(...)



Armada de valor y angustia al mismo tiempo, introducía las pequeñas pastillas en mi boca a grandes puñados. Las lágrimas descendían de mis ojos a gran cantidad. En ese momento realmente quería morir, necesitaba morir. No era una razón, sino muchas que ya se habían juntado. Me acerqué al espejo a contemplar mi horrenda figura. No sabía qué hacer. Divisé un cuchillo encima de la mesa junto a mi cama. Cuando lo tomé entre mis manos sentí que pesaba una tonelada, aún así estaba decidida a pasarlo por mi muñeca. Fue en ese momento cuando sentí una extraña presencia detrás de mí, me di la vuelta y vi a una mujer observándome. Vestía un vestido de otra época, el cual estaba todo ensangrentado al igual que su cara. Tenía rasguños y moretones que se extendían por todas las partes visibles de su cuerpo. Me llamó la atención la rosa que llevaba en la mano izquierda, cuando se acercó a mí me di cuenta de que también tenía un cuchillo en la mano derecha. Cuando estaba lo suficientemente cerca como para sentir su putrefacto olor, con su rostro desfigurado me hizo una sonrisa perturbadora. Tomó la rosa y me la puso en una mano, al mismo tiempo enterraba su cuchillo directo en mi estómago. Me quedé sin aire, se me heló todo el cuerpo, sentía que me sacaban toda la carne de mi cuerpo. No pude controlas un grito escalofriante que me salió de las entrañas. Fue ahí cuando recién comprendí que aquella mujer venía a terminar con mis sufrimientos.
 Desperté jadeando. No, no podía ser un sueño. Las pastillas se encontraban esparcidas en el suelo, me toqué mí estómago. No, no había ni sentía nada. Luego miré mi mano. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, empecé a tiritar, ya nada tenía sentido. La rosa que me había dado la mujer estaba allí en mi mano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario