“La oscuridad nos envuelve a todos, pero mientras el sabio
tropieza en alguna pared, el ignorante permanece tranquilo en el centro de la
estancia” .El silencio de aquella casa no era la simple ausencia de ruidos que
se acostumbra a experimentar cuando la noche se adueñaba del mundo, esto era
diferente; era un silencio palpable; espeso; crudo; gélido… era algo que tenía
vida propia. Los pasillos, cortos a la luz del día, o de buenas lámparas, se
volvían corredores de longitud infinita cuando las sombras se extendían por las
viejas paredes.
En piso crujía, sin razón aparente, en un ritmo acompasado.
Si una luz, por más fuerte que fuera, hubiera estado ahí, tratando de revelar
los objetos que estaban regados por doquier, se hubiera visto consumida,
lentamente, por inexplicables objetos que se movían con la agilidad con que una
serpiente se arrastra por la tierra.
Había largos murmullos, encapsulados por el tiempo, que
recorrían las habitaciones, también estaban las voces, graves, hoscas, frías y
grotescas, que susurraban nombres, o frases, en lenguas desconocidas. La
sensación de que algo estuviera ahí era demasiado fuerte para no creerlo. Era
una presencia, al igual que el silencio, que podía mover cosas.
“Tu oscuridad gesta luces iridiscentes. Lienzos de tiempo
caen como harapos. Sobre ruinas nocturnas gira un pájaro ciego, parvada de
recuerdos” .Si doblabas por un pasillo, para continuar explorando, no verías
algo al otro extremo moviéndose para esconderse de la luz, nunca encontrarías
ninguna aparición, a pesar de los rostros que estaban en los espejos, rostros
productos de la grasa del cuerpo humano, tan sólo sentirías que aquello se
estaba aproximando.
También sabrías que, fuese lo que fuese, acarreaba consigo
aquel silencio y aquella oscuridad. Siempre estaría detrás, siguiéndote,
respirando sobre tu nuca con heladas exhalaciones. Era lento, pero eso no
significaba que no te atraparía, pues la casa era grande, finita dentro de su
propio espacio, pero compleja y, por ende, infinita dentro de sus propios pasillos
de posibilidades, silencios y horrores invisibles. Se podría decir que aquella
construcción era un vampiro, no de sangre, pero de energía. Tomaba lo mejor de
ti para agotarlo y extinguirlo, dejando sólo cosas que la lógica no podría
explicar. Cosas que se movían, siempre a detrás, para acecharte.
“Nuestra existencia no es más que un cortocircuito de luz
entre dos eternidades de oscuridad”. Sólo estaba ahí, no te seguiría si te
movieras, no haría nada. Pero sólo con verla las paredes comenzaría a
acercarse, la habitación se haría más chica y verías que entre las sombras
había algo, cosas pequeñas que ni caminaban, ni se arrastraban, cosas que
extendían sus garras hacía ti.
¿Por qué tolerar la oscuridad? Todo ya está aquí y está
claro si sabemos mirar con la atención debida. Tu pulso aumentaría, una fuerte
presión haría que tu pecho doliera y sentirías un vacío en la boca del
estómago; habría un pánico atroz, el aire te faltaría; mareos y dolor de
cabeza; un castañeo incontrolable y cientos de escalofríos destazarían tu columna
como un carnicero destazaría el cuerpo de un cerdo.
Los pies no serían ya los fuertes pilares de hierro que
creerías poseer, se verían reducidos a simples cubos de hielo quebradizos,
provocando que tus piernas perdieran el control y la orina se liberara de tu
vejiga… y aquello seguiría detrás de ti,
esperando, acercándose cada vez más y más, hasta que, al fin, darías la vuelta
y lo verías frente a ti, y eso te vería a ti…El ejemplo se buscaba no sólo
suscitando la conciencia de que la menor infracción corría el peligro de ser
castigada, sino provocando un efecto de terror por el espectáculo del poder
cayendo sobre tu ausencia.
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