Estamos en otoño
y los libros que tengo en casa perdieron
en un par de semanas todas sus hojas. Pensé que no habían recibido los cuidados
adecuados, que no recibieron la necesaria cantidad de luz, o que sus historias
por falta de aire fresco habían acabado por pudrirse.
Estas frías
y largas noches he convivido con sus
cadáveres, negándome a reciclarlos como algunos me aconsejan. Hoy, el
tiempo ha venido a darme la razón: limpiando el polvo he creído ver algo así
como unas pequeñas yemas, unos bultitos oscuros de los que parecían querer
salir algunas letras. Ahora, sólo esperar la salida de las nuevas palabras y
pensar en las historias que a buen seguro pueden crecer con mis cuidados, me
llena emoción; pero a la vez temo por ellas, es posible que acabe por
afectarles la helada que dejaste detrás tuyo, cuando te marchaste de casa.
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