El asqueroso
despertador no paraba de sonar, me quede un par de minutos más remoloneando en
la cama, como de costumbre.
Me pareció
sentir entonces como un silencio expectante pero, incapaz de saber a qué se
debía, aparte las mantas y me incorpore.
Escuche entonces un murmullo ahogado al
tiempo que sentía el peso de muchas miradas, pero no quise darle importancia,
nunca lograba despertarme del todo hasta que tomaba una ducha.
Ya en el baño me despoje del pijama y
llegó hasta mí, ahora sí, una dolorosa mezcla de carcajadas y aplausos. De un
salto entre en la bañera y corrí la cortina. Atónita, espere a que el silencio
volviese a ganar terreno; sin embargo, superando el ruido que hacía el agua,
llegaron hasta mi algunas frases y bromas en relación con mi apariencia física.
Más tarde, intentando no encorvarme
o dar pistas sobre el miedo que sentía, tuve la oportunidad de revisar cada uno
de los rincones de mi casa acompañado de un susurro que repetía sin cesar:
“pero ¿se puede saber qué buscas?”. Un
café solo fue mi desayuno, como siempre, al tiempo que una voz opinaba sin
pudor: “no parece ser la mejor forma de empezar un nuevo día”. Escogí un vestido,
escuche un “buena elección” y acabe saliendo de casa al ritmo de unos gritos
que parecían como de animadoras.
Cuando varias horas después volví a
entrar por la puerta, agotada y perpleja, incomprensiblemente rodeada de palmas
y vítores, fui al dormitorio directamente y me acosté. Espere que se hiciera el
silencio y dije en voz alta, con la mayor autoridad y tranquilidad de la que
fui capaz, “gracias por la compañía, pero no vuelvan mañana”.
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