Vomitiva neutralidad




En estos días me han tocado sortear entre las tormentas de mis océanos internos. De un sin avisar me llegaron oportunidades. Y eso de tener que tomar decisiones así en dos minutos es no solo difícil, sino hasta doloroso. Te dueles y te apenas por ser una pobre diabla que no sabe decidir lo que será de su futuro próximo o lejano.

Como consuelo (como hace toda idiota), me imagino que a todos nos sucede así cuando nos llegan de golpe tantas cosas, buenas, malas y las peores.

Lunes…no, ¿era miércoles?, no, seguro fue el martes, venía de regreso del trabajo como cada tarde, con el calor inmundo que ha hecho estas tardes empapando mi falda que se pegaba a mi culo inevitablemente. El paisaje urbano que poco a poco se va convirtiendo en rural me venía prodigando un poco de calma a especie de caricia muy necesitada. Ver grandes llanos verdes y uno que otro animalillo pastando, me devolvía al mundo donde habitan todos los demás.

Por eso decidí mudarme hasta acá, aunque mi camino al trabajo se haya alargado, no importa, mis tardes, de hecho mis días siguen antojándoseme tan largos que ¿Qué más da?

El casi inservible autobús en que venía se detuvo como lo hace mil veces a lo largo del camino para subir o bajar gente, cuando mi mirada perdida se posó sobre un pobre muchacho. Era muy joven, quizá unos veintitantos o treinta años, tirado en el suelo incómodamente, la mitad sobre la acera y la otra abajo. En los escasos segundos que duró la parada del autobús en aquella esquina, pude notar que el chico sufría un ataque

No estaba mal vestido ni sucio, tenía el cabello recién cortado, seguramente se había afeitado por la mañana. Junto a él se encontraba una mochila de lona color negra con vivos en rojo.

Sus jeans mostraban una fresca mancha de orina. Y el pobre joven sufría leves convulsiones mientras sus ojos se perdían hacia atrás.

Las personas pasaban a su lado sin siquiera mirarlo, seguro pensaban que se trataba de un inmundo borrachín que en lugar de estar trabajando para alimentar a sus hijos, se había ido a la pulquería del lugar a hincharse hasta caer sobre la acera tan indecorosamente.

No pude creer que nadie se acercara a prestarle auxilio, que nadie pudiese notar la diferencia entre un chico de clase trabajadora y un borracho mal oliente.

Si no fuese yo quien notó lo evidente, si yo fuese otra.

Hubiese parado el autobús para brincar y ayudar al joven, pero para su mala suerte, la única observadora abordo es una cobarde, que no tiene ni puta idea de que hacer con su propia vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario