Era una
noche muy fría, el viento azotaba su vestimenta. Estaba ansiosa por llegar al
lugar de la cita. Por fin había conseguido evadirse de la estrecha vigilancia a
la que le tenía sometida su padre. Posiblemente era la persona a la que más
odiaba. Toda su vida había estado al servicio de Dios y se había hecho un
nombre debido a su fuerte y estricto carácter. Ella pensaba que estaba
desquiciado.
Aparcó su
bicicleta en el patio trasero de una pequeña casa de madera y tras asegurarse
de que nadie se había percatado de su presencia se agachó frente a una maceta
que había al lado de la puerta. Deslizó su mano por debajo de la misma. Estaba
húmedo y resbaladizo al tacto, y pequeños cúmulos de arena configuraban una
superficie rugosa que encontró horrible y repulsiva. Finalmente sus dedos
tocaron el frío metal del que estaba hecha la llave que allí se ocultaba. La
aferró fuertemente y tras incorporarse introdujo la llave en la cerradura con
un cuidado envidiable. Giró la llave hasta que sonó un fuerte pero seco
chasquido. La puerta se entreabrió. Cerciorándose de que nadie había sido
testigo de dicha operación, volvió a colocar la llave bajo la maceta y, acto
seguido, se deslizó tras la puerta cerrándola muy lentamente.
Acababa de
entrar en un mundo totalmente distinto al de abstención en el que siempre había
estado inmersa. Su cuerpo tembló al darse cuenta de que finalmente había
conseguido su propósito; había roto las cadenas y salido a un mundo nuevo y
fascinante. El interior de la entrada estaba decorado en rojo pálido y una
sedosa cortina malva impedía vislumbrar el resto de la casa. Inundaba el aire
una sensual y misteriosa música que hizo que su cuerpo se estremeciera. Si se
prestaba suficiente atención podían distinguirse por encima de la música
ligeros suspiros y el roce de cuerpos. Un fuerte olor, que en un principio
consideró desagradable, penetró sus fosas nasales y comenzó a ejercer sobre
ella un poder hipnótico que le hizo ruborizar al mismo tiempo que su ser
comenzaba a arder en deseos y se veía envuelta y dirigida por los eróticos
efluvios que desprendía la casa entera. Se dio cuenta de que a su alrededor
yacían varios montones de ropa esparcidos sin ningún orden aparente, cubriendo
casi en su totalidad la suave moqueta carmesí que adornaba el suelo de la
entrada.
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