Cerró los
ojos lentamente al tiempo que inclinaba su cabeza hacia atrás, haciendo que su
corta y oscura cabellera rizada se meciera apaciblemente sobre su espalda.
Suavemente, comenzó a acariciarse ambos brazos a la vez y fue subiendo sus
frágiles manos hasta los hombros. Apretó sus brazos contra sus turgentes
pechos, donde el corazón parecía haberse vuelto loco e intentaba salir
desesperadamente de su prisión, mientras deslizaba sus delgados dedos por
debajo de la tersa tela de los tirantes de su vestido. La música dominaba ya
completamente sus movimientos y, mientras se dejaba llevar por ella, hizo que
el vestido resbalara por sus hombros hasta, con un silencioso crujir de la
tela, llegar al suelo. El roce del vestido con su piel hizo que largara un
profundo gemido de intenso placer. Sus pechos desnudos parecían intentar salir
del cuerpo y dirigirse inexorablemente al interior de la casa.
Comenzó a
deslizar sus manos por la aterciopelada piel que cubría su torso hasta llegar a
los hirvientes pezones sobre los que empezó a pasar ligeramente los dedos
convirtiendo la suave presión concéntrica en roces casi imperceptibles. Su
cuerpo comenzó a tiritar de placer mientras un escalofrío le recorría de arriba
a abajo y, apretando fuertemente sus pechos contra sí, comenzó a mojar los
labios de su ahora abierta y sugerente boca con la mojada y cálida punta de su
lengua. Siguió el curso de su cintura hasta llegar a las caderas, donde
introdujo sus dedos entre estas y el elástico de las húmedas braguitas que
cubrían su inexplorado sexo. Las ayudó a bajar lo suficiente como para pasarle
el relevo a la gravedad, que se encargó de depositarlas en el suelo, junto a su
vestido, no sin antes hacerlas rozar con la delicada piel de sus piernas, que
temblaron ligeramente ante aquella leve pero placentera sensación.
Inconsciente
de conceptos como vergüenza o pudor, pasó despacio al otro lado de la cortina
para vislumbrar una atmósfera jamás imaginada por ella. Aquí, el hipnótico
hedor se mezclaba con el olor de cuerpos sudorosos y la ambrosía del sexo. Las
figuras de ambos géneros que yacían sobre cálidas superficies se entrelazaban
de formas inimaginables para explotar al máximo el potencial sensual que allí
se convertía en cinético y real. La lujuriosa euforia que se apoderó de ella no
hizo más que incrementarse cuando vio como se le acercaba con aire tranquilo
una figura masculina cuya sudorosa piel destellaba bajo los efectos de los
focos rosáceos que iluminaban la sala, mientras que de su pulsante apéndice
sexual goteaba aún un líquido blanquecino semiviscoso y salado. Ella abrió sus
brazos y le ofreció su más guardado presente, presintiendo que aquel sería el
momento en el que al fin alcanzaría la cúspide del triángulo vital que
culminaría en su total realización como mujer.
Súbitamente
se oyó un fuerte ruido de madera rompiéndose y acto seguido otro golpe más
fuerte, una detonación, que resonó en toda la estancia. Su espalda ardió con un
doloroso fuego que acabó por quemar todo su cuerpo al tiempo que la sonrisa que
había mostrado entonces se tornó en una mueca. Abrió ampliamente los ojos para
ver reflejado en el rostro de quien se le había aproximado el espectro del
pánico, el desconcierto y la incertidumbre mientras se veía salpicado por una
lluvia carmesí. Ella sintió como su cuerpo comenzaba a enfriarse rápidamente
mientras oyó una voz a sus espaldas gritar:
¡Ninguna
hija mía caerá en pasiones prohibidas!
Pudo ver
reflejada en su mente la imagen de su irascible padre, alguien a quien nunca
dejaría de odiar, y deseó que estuviera muerto. Pero ya no podía importarle.
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