Vos y yo podemos
acariciar este cielo, caminando; indico el al tiempo que le señalaba un cuadro
de Van Gogh., La noche estrellada.
Tras un
largo silencio, sin perder de vista la rendija de la puerta, ala
rgo su mano
hacia ella tímidamente. Comenzó acariciando su rodilla.
El tacto le
resulto suave y frio, como la extremidad de un maniquí.
Deslizo sus
dedos temblorosos pierna arriba. Trato de explorar un poco más pero una sombra
bajo la puerta lo obligo a levantarse bruscamente. Entro el medico disculpándose
por la tardanza, le arremango la pernera vacía de su pantalón y con delicadeza procedió
a ajustarle la nueva prótesis
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